¿Es posible estar deprimido y aun así cumplir con todo en el trabajo?
La respuesta es sí, y más común de lo que se cree. Muchas personas atraviesan lo que se conoce como depresión de alto funcionamiento, una forma silenciosa de sufrimiento emocional que se disfraza de eficiencia, productividad y responsabilidad.
Aunque no es un diagnóstico clínico oficial, este término se ha vuelto cada vez más utilizado para describir a trabajadores que, a pesar de sentirse emocionalmente agotados, tristes o vacíos, continúan funcionando con aparente normalidad. Van a reuniones, entregan reportes, alcanzan metas… pero por dentro se sienten desconectados, sin energía o sin sentido.
¿Cómo identificar la depresión de alto funcionamiento?
A diferencia de la imagen clásica de la depresión (aislamiento, llanto frecuente, imposibilidad de realizar tareas), la depresión de alto funcionamiento no detiene el ritmo laboral, pero sí erosiona poco a poco la salud mental. Algunos signos frecuentes son:
- Falta de disfrute o motivación real, incluso en logros personales o laborales.
- Fatiga constante, física o mental, sin causa aparente.
- Irritabilidad, impaciencia o cambios sutiles de humor.
- Pensamientos negativos persistentes, aunque no se compartan con nadie.
- Autoexigencia excesiva y perfeccionismo, para ocultar el malestar.
- Dificultad para concentrarse o tomar decisiones, camuflada con más esfuerzo.
- Aislamiento emocional, aunque se mantenga la interacción social mínima.
En muchos casos, estas personas no se identifican como “deprimidas” porque logran cumplir todo. De hecho, muchas veces su entorno las ve como exitosas, resilientes o incluso “inspiradoras”.
¿Por qué pasa desapercibida?
El entorno laboral moderno valora el rendimiento y la productividad, pero no siempre promueve el bienestar integral. Esto puede reforzar la idea de que mientras se produzca, no hay problema. Por eso:
- El rendimiento funcional enmascara el sufrimiento emocional.
- Pedir ayuda se ve como señal de debilidad, especialmente en ambientes competitivos.
- Existe una fuerte cultura del “todo bien”, donde hablar de emociones incómodas sigue siendo tabú.
Además, muchos no buscan ayuda porque sienten que “no están tan mal” o porque no quieren “fallar” ante los demás. Esto contribuye a una cronificación del malestar.
Las consecuencias de ignorarla
La depresión de alto funcionamiento, si no se aborda, puede evolucionar hacia un cuadro más severo o derivar en otros problemas de salud. Entre las consecuencias más comunes están:
- Burnout o síndrome de desgaste profesional.
- Aislamiento emocional en relaciones laborales y personales.
- Problemas físicos crónicos: insomnio, migrañas, trastornos gastrointestinales.
- Desmotivación generalizada, que puede afectar la calidad del trabajo.
- En casos graves, crisis emocionales abruptas o episodios depresivos mayores.
¿Qué pueden hacer las empresas?
Una cultura organizacional saludable puede marcar la diferencia. Algunas acciones clave son:
- Visibilizar la salud mental como parte del bienestar integral.
- Promover espacios seguros donde se pueda hablar sin estigma.
- Capacitar a líderes y jefaturas para detectar señales de desgaste emocional.
- Incluir programas de prevención y atención psicológica, tanto individual como grupal.
- Fomentar el balance entre vida laboral y personal, evitando la glorificación del exceso de trabajo.
No se trata de hacer menos, sino de trabajar mejor y con bienestar.
¿Qué puede hacer la persona?
Si te reconocés en esta descripción o conocés a alguien que podría estar atravesándolo, aquí algunas sugerencias:
- Validá tu malestar, aunque no “parezca tan grave”.
- Hablá con alguien de confianza o buscá apoyo terapéutico.
- Evaluá tus rutinas laborales y personales: ¿estás dejando tiempo para ti?
- Practicá la autocompasión: no todo tiene que hacerse perfecto.
- Recordá que pedir ayuda es parte del autocuidado, no una debilidad.
Una reflexión final
La salud mental no siempre se nota en la superficie. Muchas personas siguen funcionando mientras su mundo emocional se desmorona por dentro. La depresión de alto funcionamiento es una invitación a mirar más allá de la apariencia y entender que estar “bien” no siempre significa estar en paz.
En el ámbito laboral, reconocer estas realidades es el primer paso para construir espacios más humanos, más empáticos y más saludables para todos.